Uno de los efectos más potentes del cine es que hace creer al espectador que lo que está viendo en la pantalla está pasando en realidad. Le sucedió a la audiencia que recibieron los hermanos Lumiére en el París de 1895, cuando estos proyectaron la primera función comercial cinematográfica. Luego, en los años veinte, esta misma impresión llevó al escritor y crítico de cine uruguayo, Horacio Quiroga, a hablar de “la verdad del escenario” del cine en relación al teatro. También lo hizo escribir historias como “Miss Dorothy Phillips, mi esposa” (1919), “El espectro” (1921), “El puritano” (1926) y “El vampiro” (1927), cuentos donde el cine, la literatura y la vida real se funden de manera sobrenatural, tal como sucede en la trama de La rosa púrpura del Cairo (Woody Allen, 1985), que cuenta la historia entre un personaje del cine clásico hollywoodense, que sale de la pantalla para enamorar a una inocente fan encarnada por Mia Farrow.
Muchos años han pasado de esa manera primitiva de ver el cine, sin embargo, hoy todavía es posible ver dificultades al momento de poner límites al entendimiento de lo que es cierto en el cine y lo que es ficción.